La joven Mara y la
Maestra habían salido, como cada amanecer, a meditar en la orilla del
mar.
- Maestra, a
veces pienso en la soledad de Dios y me entristezco.
- Mara querida,
¿cómo es eso?
- ¿Me prometes
que me tomarás en serio si te cuento la verdad?
- Querida niña,
siempre te escucho en serio. Sé quien eres.
- Perdona por
dudar, maestra.
La joven Mara
empezó a hacer dibujos con sus dedos sobre la arena mojada. Tras
unir en una circunferencia todos los signos, observó lo que había
escrito y con determinación lo borró con el pie derecho.
- Verás, me
llegó un mensaje suyo.
Mara fijó su
mirada en el horizonte.
- Dios pertenece
a una especie muy lejana en un mundo muy lejano que se destruyó en
otro tiempo y en otra dimensión hace miles de años. Él es el
único de su especie. Durante cientos de siglos vagó solo por los
universos paralelos y sintió la verdadera soledad del alma en su
interior.
De pronto una ola
gigante se alzó allá donde Mara tenía puesta su atención. Maestra
y alumna se dedicaron una mirada de reconocimiento, pero no se
movieron.
- En uno de los
tiempos más complicados de sus mundos, Dios tomó una importante
decisión que retaba al destino y a las leyes de su especie: crearía
vida a su imagen y semejanza. A cambio del libre albedrío, exigiría
el cumplimiento de unas leyes básicas de amor y respeto a la vida.
La gran ola
avanzaba hacia la orilla donde maestra y alumna seguían mirando el
horizonte.
- La primera vez
que escuchó el llanto de un ser humano supo que amaría a aquellas
hermosas e imperfectas criaturas hasta el final de sus días. Puso
su fe y amor en la configuración de todas las almas que conformamos
el mundo, al cual periódicamente regresamos.
- Es una
historia muy hermosa, joven Mara.
- Maestra, creo
que es cierta. Pero ahora Dios está muy triste. De un tiempo a esta
parte cada vez le duele más cómo nos hacemos daño los unos a los
otros sin permitir que el amor y la alegría invada nuestros
corazones. Por eso hace años que apenas aparece el sol. Lo que más
le entristece es pensar que puede volver a quedarse solo. Hace
siglos que dejó de crear almas nuevas y muchas de las que se van
han empezado a desaparecer sin trascender.
La gran ola estaba
a punto de impactar contra los cuerpos de la Maestra y la joven Mara.
Maestra y alumna se pusieron en pie, dispuestas a aceptarla. En ese
instante, la ola quedó detenida en el espacio y en el tiempo.
- Maestra,
¿vamos a morir ahora?
Durante unos
segundos, la Maestra permaneció en silencio. Luego se adelantó
hasta alcanzar a tocar el agua de la gran ola con los dedos.
- Joven Mara,
está claro que Dios nos ama -dijo mostrando su mano húmeda
mientras sonreía.
En el horizonte el
sol se desperezaba y una hermosa tonalidad anaranjada invadía la
nueva mañana en la bahía.
- Quizás hoy
Dios amaneció esperanzado – dijo la joven Mara.
Al día siguiente,
Mara y su Maestra, se despertaron empapadas, con las ropas mojadas.
Todo estaba lleno de agua. El suelo, los muebles de la cabaña, las
alfombras, las sábanas... Mara se asomó desnuda a la ventana y una
ráfaga de aire fresco le secó la cara.
- Mira Maestra,
hoy de nuevo ha salido el sol – celebró con risas la joven Mara.
Santa
Coloma de Gramenet, 5 de agosto – 27 de diciembre de 2016